Todos hemos oído hablar alguna vez, como si fuera una leyenda urbana, de un practicante de artes marciales que se ha quedado en blanco ante una situación de carácter violento. Esto no sucede porque el arte marcial (sea cual sea) carezca de “eficacia”, es un error muy común caer en la tentación de hablar mal de “este” o “aquel” sistema por cierto error de enfoque en el individuo, un error que una gran mayoría de “maestros” se empeñan en transmitir continuamente siempre a favor suyo.
Para entender el problema de “quedarse en blanco” tenemos primero que ver muchos factores que dependiendo del practicante y sobre todo del enfoque del entrenamiento son los responsables directos de este “error” (que no lo es tanto cuando vemos que es una reacción completamente normal ante una situación no esperada).
La mayoría de los entrenamientos en artes marciales están hoy día basados en rutinas y en un esquema obsoleto, ver al practicante como un vaso en el cual verter el conocimiento, y tener fe en que el conocimiento que volquemos sobre él será suficiente para salir airoso de una situación violenta.
El estudiante en ningún caso es un recipiente vacio, es un ser vivo con una historia detrás, con sus propios principios, moral y reacciones personales tan arraigadas en su personalidad que intentar cambiarlos no solo resulta un trabajo de años y años de terapia sino una forma antinatural de enfocar cualquier aprendizaje, anular al estudiante para que actúe de una forma contraria a su propio y genuino carácter es caer en una espiral que solo causará más conflictos a éste. Si bien es cierto que los instructores tenemos el deber moral (aunque pocos compartan dicho deber) de hacer ver al alumno la responsabilidad que trae consigo la práctica de artes marciales es necesario que esto, junto a cualquier opinión personal del instructor, se convierta en un consejo nunca en una directriz.
Cualquier practicante de artes marciales sabe que el primer paso para salir de una situación violenta es siempre el sentido común, todo lo demás viene después, si durante cualquier entrenamiento no le damos la importancia necesaria a este hecho estamos enseñando técnicas de agresión no de defensa.
Así mismo es responsabilidad del estudiante investigar que artes o deporte marcial está más en sintonía con su propia personalidad, y tener la suficiente voluntad como para saber quién es él, antes, durante y tras los entrenamientos. La práctica no nos hace más eficaces, nos enseñan estrategias que deberemos poner en práctica por nosotros mismos, no funcionan solas, en el momento de la verdad siempre estaremos solos.
Debemos saber en todo momento la verdad sobre cualquier situación violenta, esto quiere decir, la violencia no tiene nada de hermoso ( a no ser para los que tengan algún problema mental), cualquier situación que llegue a un enfrentamiento físico es dolorosa, sangrienta y siempre traerá repercusiones a nuestra persona, solo desvistiendo la práctica a lo que realmente es (cualquier actividad enfocada a la defensa personal es meramente supervivencia) podemos saber si tenemos lo que hay que tener para cuando llegue el momento de actuar, y si descubrimos que no lo tenemos actuar en consecuencia, fortaleciendo esa parte de nosotros con algo más que el entrenamiento marcial, en el que, por muy realista que sean los entrenamientos, la persona que nos agrede siempre será nuestro compañero.
Para entender el problema de “quedarse en blanco” tenemos primero que ver muchos factores que dependiendo del practicante y sobre todo del enfoque del entrenamiento son los responsables directos de este “error” (que no lo es tanto cuando vemos que es una reacción completamente normal ante una situación no esperada).
La mayoría de los entrenamientos en artes marciales están hoy día basados en rutinas y en un esquema obsoleto, ver al practicante como un vaso en el cual verter el conocimiento, y tener fe en que el conocimiento que volquemos sobre él será suficiente para salir airoso de una situación violenta.
El estudiante en ningún caso es un recipiente vacio, es un ser vivo con una historia detrás, con sus propios principios, moral y reacciones personales tan arraigadas en su personalidad que intentar cambiarlos no solo resulta un trabajo de años y años de terapia sino una forma antinatural de enfocar cualquier aprendizaje, anular al estudiante para que actúe de una forma contraria a su propio y genuino carácter es caer en una espiral que solo causará más conflictos a éste. Si bien es cierto que los instructores tenemos el deber moral (aunque pocos compartan dicho deber) de hacer ver al alumno la responsabilidad que trae consigo la práctica de artes marciales es necesario que esto, junto a cualquier opinión personal del instructor, se convierta en un consejo nunca en una directriz.
Cualquier practicante de artes marciales sabe que el primer paso para salir de una situación violenta es siempre el sentido común, todo lo demás viene después, si durante cualquier entrenamiento no le damos la importancia necesaria a este hecho estamos enseñando técnicas de agresión no de defensa.
Así mismo es responsabilidad del estudiante investigar que artes o deporte marcial está más en sintonía con su propia personalidad, y tener la suficiente voluntad como para saber quién es él, antes, durante y tras los entrenamientos. La práctica no nos hace más eficaces, nos enseñan estrategias que deberemos poner en práctica por nosotros mismos, no funcionan solas, en el momento de la verdad siempre estaremos solos.
Debemos saber en todo momento la verdad sobre cualquier situación violenta, esto quiere decir, la violencia no tiene nada de hermoso ( a no ser para los que tengan algún problema mental), cualquier situación que llegue a un enfrentamiento físico es dolorosa, sangrienta y siempre traerá repercusiones a nuestra persona, solo desvistiendo la práctica a lo que realmente es (cualquier actividad enfocada a la defensa personal es meramente supervivencia) podemos saber si tenemos lo que hay que tener para cuando llegue el momento de actuar, y si descubrimos que no lo tenemos actuar en consecuencia, fortaleciendo esa parte de nosotros con algo más que el entrenamiento marcial, en el que, por muy realista que sean los entrenamientos, la persona que nos agrede siempre será nuestro compañero.