Otra de nuestras bases a la hora de enfocar
el aprendizaje es la diversificación de éste, partiendo del principio de que si
cada persona es diferente, también les motivan enfoques y metodologías
diferentes.
En la actual metodología de artes marciales,
quizás se haga demasiado hincapié en la faceta marcial, aunque si bien es
cierto que para aprender a nadar uno tiene que meterse en agua, también es
cierto que no todas las personas nadan por el mismo fin. ¿Qué ocurre si el estudiante no da el
“perfil” necesario para el sistema? ¿Si es demasiado mayor, demasiado joven,
demasiado pacífico o demasiado agresivo, si es demasiado flaco o demasiado
gordo, que ocurre si nuestra actividad se basa en el contacto y el alumno es
reticente a él, o todo lo contrario? O algo tan común como es la condición
física, ¿todo el alumnado busca mejorar su condición física o hay algún sector
que solo busca el aprendizaje técnico? ¿Se debe estar fibrado o musculado para
la práctica de artes marciales o sistemas de combate como parece que nos
quieren vender los medios, el cine o los actuales sistemas? A veces parece que
las artes marciales están elaboradas actualmente pensando en el entreno
sistemático 8 horas al día entre gimnasio, suplementación, pesas y nutrición
deportiva, ¿pero todo el mundo tiene tiempo, medios, dinero o genética para esto?
¿Qué pasa con el alumno normal, ese estándar
medio que parece estar condenado a la desaparición si no puede amoldarse a las
exigencias de un entrenamiento sistemático y basado en la superación constante?
Cuando hablamos de A.M. y diversos sistemas
de combate parece que estamos hablando de algo muy particular y subjetivo, pero
no es así, estas metodologías no dejan de ser métodos de “enseñanza-aprendizaje” como cualquier otra
actividad. Por lo que se hace necesario evaluar la capacidad de nuestro método
de enseñanza no en base a los “aprobados” sino a los “suspensos”.
Se hace imprescindible quizás en los tiempos
que vivimos, dejar de lado el “maestro” y empezar a
desarrollar al profesor, dejar de lado la “vieja escuela” por una más moderna y
eficaz donde el alumno no sea una copia que debemos imprimir, sino una persona
que debemos formar, no solo física o “espiritualmente” sino
intelectualmente. Por lo que debe haber
un interés y una humildad de parte de cualquier instructor por evolucionar en
sus métodos de enseñanza y en acrecentar su valor, no como luchador sino como
persona.
El fracaso del estudiante, el abandono de las
clases o del sistema, no es por razones tan equivocadas como “este alumno no
vale para esto” sino por un “no valemos como profesores”, quizás en parte
porque, al contrario que en otros tipos de enseñanza, no hemos recibido una
formación para ello y solo tenemos un modelo directo que seguir(nuestro propio
maestro), aunque exista formación y autoformación a la que podamos acudir para mejorar como
profesores, creemos a veces que “nos basta con lo aprendido” o que vamos a ser
infieles a nuestro sistema si enseñamos de otra forma, pero si nos paráramos a
meditar objetivamente sobre este tema, dejando el ego a un lado, veríamos que
no es así. Que fallamos en lo mismo que tendemos a censurar en el alumnado que
no puede seguir nuestro particular método de “esto es así, porque a mí me
funciona”, la capacidad de crecer fuera de un sistema cerrado. Pero no nos
engañemos, demasiados sistemas “abiertos” terminan siendo igualmente sistemas cerrados.
Desde hace años la nueva aparición de
sistemas ha parecido traer algo de esperanza al terreno didáctica y artes marciales, aunque
desgraciadamente no ha sido así, quizás por el especial hincapié en seguir un
modelo establecido de enseñanza ya hace mucho obsoleto, el de aprendiz y gran maestro,
en vez de intentar beber directamente de cualquier programa moderno de
psicología y enseñanza, donde descubrimos que no todos los alumnos son iguales
y que el método tradicional no sirve sin una adecuada programación didáctica y
una capacidad en el profesorado de poder realizar modificaciones curriculares,
de diversificar métodos y sobre todo de transformar lo monótono en algo nuevo y
atractivo hacia el alumno que tenga cualquier problema de aprendizaje. ¿O acaso
creemos que estamos tan lejos de un profesor de instituto? Ambos enseñamos,
ambos tenemos alumnos y en ambos casos ambos tenemos una responsabilidad tanto
con los alumnos como con la sociedad.
Es imprescindible llegado a este punto que cualquier
persona vinculada a la enseñanza de artes marciales haga un examen de
conciencia sobre la posibilidad de mejorar la forma en que enseña y el por qué
enseña. Toma especial relevancia en este
caso la vocación, la cual distingue a un buen profesor en cualquier
materia, estando el bienestar del alumno
por encima del propio sistema, ego o ganancia económica.
Quizás parte del fracaso de las artes
marciales clásicas y el incremento de sistemas modernos se deba justo a eso y
no tenga nada que ver con la eficacia en
combate, ya que esta no sirve de nada si no somos capaces de hacer comprender
al alumno los movimientos y el porqué de estos, además de contar con las
suficientes herramientas educativas para ser capaces de adaptar “el movimiento
que funciona en nosotros” a otras personas en las que “no funcione”, sin
conseguir con ello que tantos alumnos abandonen la práctica.
Para este fin no hay más secreto que el de
formarse adecuadamente, investigar y sobre todo crecer, ya no solo en el
conocimiento de las artes marciales y sistemas en general sino en la labor de
profesor o de persona que “enseña” que debe ser mucho más compleja que
conseguir que el alumno realice cualquier movimiento, además de eso, se debe
conseguir que lo comprenda, labor esta mucho más complicada. De igual forma
siempre habrá dos tipos de alumnos, los que aprendan y los que memoricen. Está
dentro de la ética de cada profesor, instructor o gran maestro los alumnos que deseen formar.